La meritocracia en la educación siempre está de moda. Es un concepto valorado por políticos y constructores de corrientes de opinión pública. Se supone que su uso y defensa generará apoyos en las conversaciones informales y votos en las elecciones. A pesar de que, como ha ocurrido a inicios de este febrero, ocurra que uno de sus grandes abanderados conozca de primera mano parte de los efectos que tiene la meritocracia en en la sociedad y en la educación. En esta entrada nos queremos centrar en los efectos perversos de la meritocracia en la educación. Se ha escrito mucho sobre lo que supone la meritocracia en las aulas. En esta ocasión deseamos centrarnos en las consecuencias en el profesorado a la hora de gestionar los proyectos educativos.
A vueltas con la meritocracia en la educación
A pesar de que su envergadura en los medios de comunicación diga lo contrario, la meritocracia es un concepto reciente. De hecho, la primera vez que apareció este término lo hizo dándole forma a una realidad negativa. Fue el sociólogo Michael Young quien en 1958 escribió El triunfo de la meritocracia, en el que vislumbraba en el futuro un mundo cuyos fundamentales serían la aptitud e inteligencia. De esa forma, las élites estarían seleccionadas mediante procesos de filtro que reconocerían lo antes posible aquellos individuos mejor dotados. De esa forma la cuantificación de toda actividad humana se presentaba como imprescindible. Algo que se trasladó claramente a la concepción de la educación, marcada por los exámenes y la necesidad de generar notas numéricas constantemente. ¿Os suena?
Lo curioso del trabajo de Young es que su intención no era apuntar el camino al que debía dirigirse la sociedad. Lo que quería hacer era alertar acerca de los peligros de lo que él ya observaba. Porque este mundo ideal que no reconoce las consecuencias de los desequilibrios económicos, sociales y culturales. De esa forma, la meritocracia en la educación comenzó a ganar presencia hasta convertirse en uno de los los pilares de los proyectos educativos. A pesar de que la realidad, inteligible gracias a la estadística, diga lo contrario. Porque en el año 2009 el profesor Robert Frank publicó una columna en The New York Times en la que recordaba que las características del entorno familiar y social en el que se nace son más importantes que el esfuerzo y la inteligencia. Por supuesto, teniendo en cuenta que él éxito se mide en términos principalmente económicos.
Los profesores y la meritocracia
La educación, como decimos, ha asumido con diligencia la escala de valores establecida por el concepto de la meritocracia. Ni que decir tiene que el informe Pisa, cuyos resultados los gobiernos esperan ansiosamente, se basa en el poder de la meritocracia en la educación. Incluso, hay algunos autores que sostienen que los docentes actúan de forma predeterminada respecto al alumnado. Esa forma predeterminada estaría basada en el perfil de un alumno modelo cincelado con los trazos establecidos previamente por la meritocracia. De esa forma, los conceptos de éxito, fracaso o abandono escolar serían previos a la experiencia real.
De esa forma, las creencias del profesorado acerca de lo que es un «buen o mal alumno o alumna» determinan la consideración concreta sobre cada uno de los estudiantes. La generación de esas creencias se basan en tres elementos:
- Concepción del «buen alumno»: marcado por la idea de meritocracia en la educación.
- Expectativas del docente: esa concepción ideal marca unas expectativas específicas que el alumnado debe alcanzar.
- Conocimiento o desconocimiento de la clase social del alumnado: el hecho de que exista un ideal que marca lo que espera el docente lo imposibilita a la hora de analizar de forma concreta la clase social del alumnado.
- Noción del docente: el profesor no es un agente neutral que imparte educación. Sino que es un agente interventor con capacidad para otorgar beneficios al alumnado que se ajusta a su modelo previamente construido.
Por lo tanto, la meritocracia en la educación no afecta únicamente a los procesos, tal y como se ha denunciado mucho durante los últimos años. También afecta a lo que el equipo educativo considera que representa un ejemplo de «buen o mal alumnado». Por supuesto que la responsabilidad no debe recaer únicamente en el profesorado. Pero según estos estudios parece importante incluir esta premisa en el análisis de la meritocracia en la educación.
Si queréis leer un trabajo más completo sobre este asunto podéis encontrarlo aquí. ¡Y no os quitéis méritos!
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